En su conocido ensayo sobre las ideas de Tolstoi, El erizo y la zorra, Isaiah Berlin parte de una cita del poeta griego Arquíloco: "Muchas cosas sabe la zorra pero el erizo sabe una importante". La asunción que hace Berlin de esta frase de Arquíloco, la elección de esta como orden de relación me parece, con todo y su posible uso dogmático y simplificador, muy interesante. Para Berlin, en general, hay dos tipos de
pensadores, de escritores: los erizos son los que, al fin y al cabo, poseen una forma de ver y expresar el mundo que tiende a la coherencia y a la sistematicidad; las zorras serían aquellos en cuya visión u obra se privilegia el fragmento y la diversidad centrífuga. En otro sentido podría decirse que las zorras, diversas de sí mismas como son, y por naturaleza dubitativas, se nos presentan como poco dadas, a diferencia de los erizos, a abrigar en sus obras certezas y doctrinas generales en torno al mundo o a lo humano. Vistas las cosas de ese modo, Shakespeare sería la zorra literaria por excelencia y Proust pasaría por una especie de erizo muy elegante. Erizos serían también, según Isaiah Berlin, Dante, Platon, Hegel, Lucrecio, Dostoievski, Nietzsche; zorras fueron Heródoto, Aristóteles, Molière, Goethe, Pascal y Joyce. En el caso de la literatura cubana, me aventuraría a decir que en el bando de los erizos estarían, por solo citar a los más conocidos del siglo xx, autores como Nicolás Guillén, Dulce María Loynaz, Carpentier, José Lezama Lima y Severo Sarduy, mientras en el bando de las zorras, de los muy zorras, cabría aludir a Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante y a Lorenzo García Vega.