Me levanto a las siete
hago el mate
como dos tostadas
escribo y reescribo poemas
como si ponerle
mi nombre al viento
y abrir las ventanas
pudiera salvarme.
Este es un libro de poesía que trata sobre la vida, pero bien puede ser leído como un libro sobre la vida que trata de poesía. En estas páginas, Andreina Aranguren, Agustina Bruno Vignolo, Lourdes Charritton, Pilar López, Felipe Novoa, Francisco Romero, Fermín Ignacio Torres Beltrán y Luisina Vitor Horen aspiran a capturar esos instantes de intensidad en lo cotidiano que hacen que, por unos segundos, sintamos que el mundo es una extensión de nosotros mismos. Cada poema -y a veces, cada palabra- es un chispazo en el que el tiempo parece suspenderse y colmarse hasta romper los límites que nos contenían como el caparazón de un caracol.
En contra de la realidad y a favor de lo real, la poesía salpica, mancha y atraviesa las hojas hasta ser ella misma la expresión de un momento que nos desborda y no podemos nombrar. A veces ocurre con un libro, pero otras, el sol de la tarde que ilumina las vidas detrás de las ventanas de los edificios o la mirada absorta de una señora que viaja en colectivo alcanzan para que se desate en nosotros una emoción que no se entiende ni se justifica. A este intervalo, Alan Pauls lo llama trance, para Clarice Lispector y Roland Barthes era lo neutro, para Georges Bataille, la experiencia interior y para Virginia Woolf, los momentos del ser. Campo de afectos y emociones innombrables que se aloja en la última fibra de todo corazón humano, para nosotros la poesía es aquello que sucede entre el día y la noche cuando, en un segundo cualquiera, un color nuevo irrumpe en el cielo y es nuestra obligación creerlo.